Nadie en la escuela, ni en casa, nunca dijeron nada de que el pensamiento pudiera ser la causa de tanto sufrimiento. Esto, se revela por otros caminos.
Ahora, con los ojos con los que miro, no dejo de ver como nuestras vidas chocan de frente consigo mismas, y veo tantas veces como lo más valioso que es el tiempo que se nos prestó, se compra y se vende de tal manera por cosas tan superfluas, que se convierte en un perverso desprecio al milagro de la vida.
Esta vida, es solo nuestra por un número finito de días, y como impetuosos ríos, nos precipitamos inevitablemente hacia nuestra disolución, en el inmenso océano sin remedio.
La intensidad de la vida emocional o sentimental, nos arrebata, haciéndonos despertar temerosos cada mañana a nuestras memorias, o a nuestros propios mundos imaginarios, y a repetir una y otra vez los mismos patrones psicológicos que consumen en falsedades la preciada experiencia de la vida.
Cuanto bien haría a esta humanidad que nos enseñaran a lidiar con la intensidad de la vida y los pensamientos antes que con cualquier otra cosa.
A través de pensamientos traumáticos construimos realidades paralelas en las que habitamos y llenamos de fantasmas nuestra mente.
Este hecho desfigura tanto la realidad de lo que las cosas son, que resolver el sentido profundo y real es tan extramadamente confuso como querer montar un puzzle mezclando sus piezas con miles de piezas sueltas de otros muchos puzzles y cada día añadimos más.
La vida es inevitable, es un flujo de cambios tan rápidos, que en detalle, ningún momento es idéntico a otro. Cada instante de vida es libre, espontáneo y siempre distinto, donde las certezas del futuro que vendrá se desvanecen.
A pesar de esta realidad vivimos fantaseando constantemente con la vida que viviremos en el futuro y literalmente dejamos que miles de pensamientos cada día nos ocupen, secuestren e insensibilicen de lo único que existe con certeza, este momento.
Imaginemos la posibilidad de que supiéramos que la muerte nos viniera a visitar el mes que viene, de golpe muchas cosas que nos parecen importante automaticamente dejarían de serlo y otras que hemos ido aplazando en el tiempo adquiririan una urgencia vital.
Cuando nos imaginamos ese escenario vemos las cosas con mas claridad y el corazón anhela recuperar su trono y tomar el control de una mente regentada por el pensamiento, señalando lo que realmente importa.
Dejadme que os diga algo, la verdad es que nadie sabe cuando llegara su momento y de seguro que como un ladrón vendrá sin avisar.
Entonces, ¿A que jugamos? puede dar miedo mirarle a los ojos a nuestra propia muerte pero más allá del miedo, ese crudo momento con la verdad, simplifica mucho las cosas.
Los fantasmas de la mente son deseos y aversiones profundas convertidos en pensamientos incontrolados que tienen el potencial de volvernos neuróticos, locos o depresivos y desconectarnos tanto del sentido de la vida, que percibimos el presente como un evento externo y hostil con el que hay que batallar y no como aquello que hay que integrar, como la parte de nosotros mismos que completa la unidad.
El presente es aquello que nos completa y en comunión con él es a lo que llamamos plenitud.
No pienses el presente, el presente no se piensa, cuando lo piensas ya paso.
La intensidad de la vida emocional o sentimental, nos arrebata, haciéndonos despertar temerosos cada mañana a nuestras memorias, o a nuestros propios mundos imaginarios, y a repetir una y otra vez los mismos patrones psicológicos que consumen en falsedades la preciada experiencia de la vida.
Cuanto bien haría a esta humanidad que nos enseñaran a lidiar con la intensidad de la vida y los pensamientos antes que con cualquier otra cosa.
A través de pensamientos traumáticos construimos realidades paralelas en las que habitamos y llenamos de fantasmas nuestra mente.
Este hecho desfigura tanto la realidad de lo que las cosas son, que resolver el sentido profundo y real es tan extramadamente confuso como querer montar un puzzle mezclando sus piezas con miles de piezas sueltas de otros muchos puzzles y cada día añadimos más.
La vida es inevitable, es un flujo de cambios tan rápidos, que en detalle, ningún momento es idéntico a otro. Cada instante de vida es libre, espontáneo y siempre distinto, donde las certezas del futuro que vendrá se desvanecen.
A pesar de esta realidad vivimos fantaseando constantemente con la vida que viviremos en el futuro y literalmente dejamos que miles de pensamientos cada día nos ocupen, secuestren e insensibilicen de lo único que existe con certeza, este momento.
Imaginemos la posibilidad de que supiéramos que la muerte nos viniera a visitar el mes que viene, de golpe muchas cosas que nos parecen importante automaticamente dejarían de serlo y otras que hemos ido aplazando en el tiempo adquiririan una urgencia vital.
Cuando nos imaginamos ese escenario vemos las cosas con mas claridad y el corazón anhela recuperar su trono y tomar el control de una mente regentada por el pensamiento, señalando lo que realmente importa.
Dejadme que os diga algo, la verdad es que nadie sabe cuando llegara su momento y de seguro que como un ladrón vendrá sin avisar.
Entonces, ¿A que jugamos? puede dar miedo mirarle a los ojos a nuestra propia muerte pero más allá del miedo, ese crudo momento con la verdad, simplifica mucho las cosas.
Los fantasmas de la mente son deseos y aversiones profundas convertidos en pensamientos incontrolados que tienen el potencial de volvernos neuróticos, locos o depresivos y desconectarnos tanto del sentido de la vida, que percibimos el presente como un evento externo y hostil con el que hay que batallar y no como aquello que hay que integrar, como la parte de nosotros mismos que completa la unidad.
El presente es aquello que nos completa y en comunión con él es a lo que llamamos plenitud.
No pienses el presente, el presente no se piensa, cuando lo piensas ya paso.
El presente se observa y se siente,
y sintiéndolo plenamente es como puede asumirse su verdad....
Pero OjO!! no lo que piensas de la verdad, sino la verdad...
que precioso... hasta la foto del sr Shiva.
ResponderEliminarMe encanta! Como siempre chapó!
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